Abdicaciones papales (II)

Publicado en el diario “El Nacional” de Caracas. Lunes 11 de marzo de 2013

En 1376 Gregorio XI decidió restituir la sede del papado a Roma, poniendo así fin a los casi 70 años del asentamiento en Aviñón; sin embargo, un año después de arribar a la ciudad eterna, éste falleció. El cónclave que siguió fue tumultuoso, ya que el pueblo romano exigía que se eligiera a un italiano, poniendo así fin  a la hegemonía francesa. Al no lograrse acuerdo entre los cardenales, y presionados éstos por las manifestaciones y amenazas cada vez más violentas de la población, en abril de 1378 se decidió elegir a Bartolomeo Prignano, un obispo napolitano que tomó por nombre Urbano VI. Rápidamente se obvió el error de esa elección, ya que el nuevo papa desencadenó una campaña de descréditos, insultos, acusaciones y persecuciones contra los distintos cardenales y obispos, llegándose a la conclusión de que el nuevo papa debía ser removido.  A tal fin, se adujo que su elección era inválida, por haberse hecho bajo amenaza de muerte a los cardenales por parte de la población enardecida que irrumpió violentamente en el cónclave. Acto seguido, el grupo de cardenales franceses eligió a Roberto de Ginebra, quien tomó el nombre de Clemente VII, reinstalando su corte en Aviñón. De esta forma se produjo el llamado cisma de la Iglesia de Occidente, que llevó a la división de Europa en dos bandos, uno formado por los reinos que apoyaban al papa de Roma, Urbano, también conocido como “los urbanistas”, y otro constituido por los que reconocían al papa de Aviñón, Clemente, llamado “los clementinos”.

En los años que siguieron se eligieron papas en ambas sedes, situación por demás irregular y prolongada que se trató de corregir en el llamado Concilio de Pisa de 1409. En el mismo se decidió solicitarle la renuncia a los dos papas de entonces, Gregorio XII de Roma y Benedicto XIII de Aviñón, conocido este último como el Papa Luna. Ante la negativa de ambos a renunciar se les depuso, nombrándose a Pietro Philarghi, que tomó el nombre de Alejandro V, y quien falleciera pocos meses después. Su sucesor fue Baldassare Cossa, quien tomo el nombre de Juan XXIII. Es así como después del  Concilio de Pisa lejos de ponerse fin al cisma, se agravó éste, ya que tres personas reclamaban para sí ser reconocidos como el legítimo pontífice. A instancias del emperador Segismundo se convocó un nuevo concilio que se reunió en la ciudad de Constanza a fines de 1414. Allí se resolvió destituir a Juan XXIII y a Benedicto XIII ante la negativa de ambos a renunciar, y Gregorio XII, considerado después como el legítimo papa, presentó su abdicación el 4 de julio de 1415. Durante los dos años y cuatro meses que siguieron se produjo un interregno pues no había papa, recayendo el gobierno de la Iglesia en el Concilio de Constanza. El 11 noviembre de 1417 fue elegido Oddone Colonna como el nuevo y único papa, tomando éste el nombre de Martín V, poniéndose así fin al grave cisma que había afectado a la Iglesia por casi 40 años.

Como se infiere de esas dos abdicaciones papales, la de Celestino V en 1294 y la de Gregorio XII en 1415, ambos renunciaron motu proprio para dar paso a otros que ejercieran el gobierno de la Iglesia. Celestino, sintiéndose incapaz de desempeñarse como sumo pontífice, se apartó para dar lugar a una persona más afín, y Gregorio abdicó para permitir solucionar el grave problema cismático.

A raíz de la abdicación de Benedicto XVI se ha especulado mucho acerca de las razones que lo llevaron a presentar su renuncia. La historia se encargará de esclarecer cuáles fueron esas razones. Lo que sí es cierto es que él sintió que su avanzada edad y su minada salud lo limitaban para seguir afrontando con efectividad las responsabilidades inherentes a su alta investidura, por lo que responsablemente prefirió apartarse para dar lugar a un nuevo pontífice que idóneamente maneje las complejas realidades de la Iglesia de hoy. Esa decisión, sensata y sopesada, merece el apoyo y la admiración de todos.

Imagen: Vivelohoy.com.